EL PASADO DE LA CIUDAD
una visión más que acertada de don Ricardo Mercado Luna, diciendo en su
libro "La Ciudad de los Naranjos", y con todo el respeto que merece
el autor, y sin permiso, me gustaría refrescar un poco su idea de La Rioja de
esos tiempos, tan queridos por mis padres y los de antes, que no es otra cosa
que el mismo sentimiento que me ahoga, como si lo hubiera vivido o padecido;
que es cuando más se aprecia la tierra, su gente, su vivencia, pero que acaso
va de mano en mano de mi viejo y tu viejo, y de mi y de vos y por los otros,
que no es amor a la vida, pero si te fijas un poco todavía quedan, como dando
esperanza, unos cuantos,... unos cuantos naranjos...
La Conquista
..."La ciudad, llamada por sus fundadores "de
todos los Santos de la Nueva Rioja" en homenaje a la otra Rioja de la
España de donde vinieron, fue siempre una ciudad de naranjos. No se sabe bien
desde cuándo los hubo, pero toda su historia se fue desdoblando en míticas
formas, recreadas en la real existencia de ese verde follaje. Cuando el indio,
bestializado por la mita, la encomienda y el yanaconazgo, parecía haber
perdido su alma junto con su libertad, hubo un naranjo que dulcificó el trago
áspero de la conquista. Fue el naranjo de San Francisco Solano. El fraile pálido,
con notas de violín, hizo crecer el árbol; florecer sus azahares y cosechar
los primeros frutos del entendimiento de los mundos encontrados. Santo y árbol
son hoy, en la Nueva Rioja de América, un convento y un pedazo de leño que
todavía armoniza gajos escuálidos y blancos, protagonizando el milagro de
sobrevivir a la desintegración de los siglos. El andar del tiempo sepultó un
día a San Francisco, pero él se fue quedando en el corazón de los
pobladores de la nueva ciudad fundada. Misas y oraciones le retendrían como
vehículo de la fe en el nuevo Dios, que los indios aceptaron en el reino de
su creencia inocente de niños sin sonrisas. El alma del hombre santo se fue
al cielo, pero el alma de su naranjo quedóse en la tierra, dormida sobre su
corazón seco, de madera endurecida. Para los indios ya no hubo un santo con
melodías esparcidas desde las piedras más altas del escenario elegido para
la evangelización. Ya no hubo un naranjo de bonanzas que fructificara ante
sus ojos, otra vez clavados en el suelo del sometimiento, contemplando la
geografía oscura de sus pies desnudos, temblorosos, prisioneros de ajenas
voluntades. La brutalidad de la conquista, daría, sin embargo, nuevas plantas
para verdear la fundación de lo ya fundado. Naranjos humanos nacieron para
poblar el suelo riojano, y éstos plantaron otros naranjos-árboles para
aspirar el aroma de sus azahares con renovada frescura, y saborear los frutos
de la nueva raza que nacía. Españoles hicieron de indias sus mujeres en
noches de arrebato y temor, de soberbia y resignación. Lo mismo que la tierra
usurpada, la mujer, pieza cobrada por la conquista, entregó su sexo sin
resistencia, sin manos para la caricia, sin memoria del padre que asaltaba
tolderías buscando un hijo para su machura. El amor, ausente en el acto de
procreación, alumbró sin embargo, en el nuevo vástago de América, que amó
no obstante a sus padres; amó a su tierra; amo los naranjos que aprendiá a
cultivar para llenarse de verde los ojos y aliviar con suaves y blancos
perfumes, los pesares del alma que la suerte de su ciudad le depararía."...
- Don Mercado Luna -autor del libro - cuenta el pasado riojano en 14
versos, a propósito de éste último, dice: ...
14- Camino hacia el Recuerdo
Casi sin naranjales para subir y bajar viajando por ese
camino mágico que unía todos los tiempos de un mismo tiempo; sin aliento
siquiera para ser otra vez ayer, la vieja ciudad comprendió la inutilidad de
los consuelos ensayados después de la derrota federal, en su postrer intento
del "Pozo de Vargas". Trató de imaginar su presente, de haberse
invertido la suerte de aquellas gestas legendarias, pero no pudo hacerlo. No
quiso hacerlo. Aquello también formaba parte de un ensueño del pasado.
Entonces, como un fantasma desolado y triste, cargó sobre
sus espaldas invisibles todos los lánguidos sones de la banda de música; los
prolongados y reverenciales saludos de todas sus calles; las verdes sonrisas y
los blancos perfumes de los naranjales de todas sus épocas, y se alejó, a paso
lento, por el nostálgico camino del recuerdo. Desde lejos quiso mirar por última
vez lo que atrás dejaba, y vio la realidad de lo que siempre había sido: un
trozo de América Latina postergada. Con distintos apellidos en sus familias
gobernantes; con otros caudillos cabalgando desorganizados galopes de libertad e
independencia; con otras plantas -símbolos de mansedumbre y comprensión- su
suerte no había sido distinta a la de otras ciudades como ella en el
continente... ya sin volver la mirada para no dolerse de su propio rostro, el
fantasma de la vieja ciudad se estremeció pensando en sus habitantes que no
tendrían ya el consuelo de su regazo ahuecando tibiezas del pasado. Días difíciles
y amargos habrían de sobrevenir antes de llegar a ser los pobladores de la gran
nación americana que soñaron los grandes, San Martín y Bolivar.
" VIEJA CIUDAD DE LOS AZAHARES, DE LOS HUERTOS
CONVENTUALES Y DE LAS CALLES ESTRECHAS Y TORTUOSAS."
JOAQUIN V. GONZALEZ, DESCRIBIENDO LA RIOJA, en un mensaje como
Gobernador en 1890
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